Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

miércoles, 13 de abril de 2011

Burgos

Hemos estado otra vez en Burgos. La verdad es que habíamos pasado varias veces en los últimos años, e incluso habíamos intentado comer en un renombrado restaurante de las afueras de la ciudad, con desastrosa atención y retirada a tiempo, aunque hambrientos. El remedio fue un pequeño barecito en la carretera de Aguilar de Campoo, donde entre cecina y morcilla, volvimos a la vida.
Pero ahora ha sido diferente. Para empezar la catedral ya no es negra, sino ocre blanquecina y parece mas pequeña, aunque la filigrana de piedra permanece incólume. No obstante el “Plan Director” también ha aterrizado en la sede episcopal, dividiendo claramente las áreas de turismo y culto, siendo la entrada de la primera de un precio asequible y el espacio de la segunda acorde con las dimensiones totales de la Seo. Que lejos de la Catedral Primada, que tan desagradablemente nos sorprendió hace algún tiempo - megafonía incluída en su interior – quizás en añoranza por la que ya no existe en estaciones de ferrocarril o terminales aeroportuarias. Añadamos en Burgos la claridad del programa de mano que escuetamente nos guía por el interior de claustros y naves, así como de las señales de identificación en cada una de las capillas, casi todas visitables. Todo se encuentra sorprendentemente blanco, de una caliza impoluta, alejada de aquellas piedras grises y negruzcas que pueblan los recuerdos de nuestra adolescencia viajera. Solo un “pero”, ni coro ni altar pudimos visitar, ya que se estaba preparando una ceremonia para esa misma tarde. El paso de los años quizás nos permite recrearnos en los detalles. Y el arte quizás es un conjunto de detalles que pasan inadvertidos bajo la apariencia de un conjunto homogéneo. En esta grata visita, junto a nuestro primo Jose Antonio, pudimos detenernos en las pinturas de la Capilla de San Juan de Sahagún y en la magnífica exposición de “El Greco en la catedral”, bonita iniciativa - de mejor catálogo, donde brillan con luz propia algunas de las obras de quizás el pintor más original del siglo XVI.
El Monasterio de San Juan es un convento en ruina del que queda parte de los paramentos de la iglesia, con la torre bien conservada, así como el claustro y la sala capitular, que actualmente es marco incomparable para celebraciones. Allí asistimos al enlace de Patricia y Oscar bajo una de las nueve bóvedas se cruzan nervios de pulcra cantería. La ceremonia no pudo tener mejor marco y el actual jardín, aunque minimalista en la vegetación, distiende a los invitados en las simpáticas fotos familiares. Logramos algunas fotos sorpresa, que no han quedado nada mal, ya que los novios – jóvenes y guapos – propician el resultado de las instantáneas. De ahí nos dirigimos al hotel Velada que se halla en el solar de un palacio de finales del siglo XVIII que conserva la fachada a la calle Fernán González, además del cierre posterior y paramentos de un pequeño jardín, que se mantienen en uno de los salones del conjunto hotelero, donde celebramos el epílogo de la ceremonia anterior. También conserva varios arcos de ladrillos de poco espesor. Un lugar muy agradable y situado en pleno centro de la ciudad, ahora de tráfico compartido y de aceras peatonales, sobre todo en las calles que rodean la Plaza Mayor. Buenas joyerías, algunas tabernas donde aún no ha llegado la madrileña costumbre del aperitivo gratis total, y animación, mucha animación, además de otras tiendas que definitivamente nos hablan de la voluntad de los burgaleses de conservar su rico patrimonio urbano, huyendo por el momento de otros modelos comerciales. Estos también existen, pero al parecer no han podido sustituir el espléndido centro de la ciudad castellana.
El Monasterio de Santa María Real de las Huelgas era uno de esos lugares que nunca habíamos visitado y que tenía especial significación para nosotros. Tenía y tiene, pues tras la visita hemos afirmado el aura de siglos que gravitaba en nuestro intelecto. Seguramente habíamos visto imágenes del conjunto monástico, pero ahora todo es mucho más inmediato y por ello hace tiempo que solo accedemos a la información de la red, de los lugares que pretendemos visitar, para situar el lugar en el mapa correspondiente y si acaso los horarios de apertura. Queremos seguir teniendo sorpresas y que los lugares cargados de años – creo que también les llaman monumentos, parques arqueológicos, museos - se desvelen a cada vuelta de nave, pasillo o estancia.... Comprendemos que ya no podemos visitar estos conjuntos como hace años, donde se paseaba despacio, e incluso invertir el sentido de la visita y hacer las fotos sin prisa y siempre sin flash. Antes las cámaras no tenían flash incorporado, por lo que accedíamos con el diafragma muy abierto, o con película de alta sensibilidad. El flash incorporado es uno de los símbolos de este siglo XXI. ¿porque en los espectáculos de masas nadie se ocupa de desconectar el flash de sus cámaras?. Es curioso ver las decenas de miles de destellos que se derrochan en cada uno de esas concentraciones. Lo mismo que ocurre en estos recintos históricos, donde tras las reiteradas desobediencias de los “turistas de flash fácil“ se ha optado por impedir el uso de cámaras fotográficas. Mientras, saboreábamos la luz de media mañana entre las columnas del claustro antiguo.
Sorprende lo arropado que aparece el monasterio por el pequeño núcleo urbano que lo separa del río. Además el conjunto de espacios construidos y espacios intermedios se halla bastante “indemne”, por lo que cada desplazamiento entre edificios se realiza a través de espacios ordenados y delimitados y no como en otros conjuntos monásticos, donde apenas quedan restos de iglesia y claustro. La iglesia, tan peculiar, con el muro de separación entre naves y cabecera – crucero, pero conservando los rasgos de las iglesias monásticas del siglo XIII. Y el área claustral, con la “gloria” bajo el suelo, roble puro del siglo XVI, y el panteón real de la Corona de Castilla, con los hoy desnudos sepulcros, que en forma y cromía recuerdan los sarcófagos de la Bética, aunque sin la decoración en relieve de estos. Por cierto, el intenso frío mantenía compacto el grupo de visita y en silencio, ¿ o es que el silencio era signo de respeto ante el conjunto monástico ?. Con toda probabilidad el grupo, en su mayoría de jóvenes, aprovechaba el fin de semana en Burgos para visitar con todo respeto el monasterio y sobre todo, sin los habituales comentarios sobre el clero medieval...  ¿Será que hay mucho más interés en este tipo de lugares históricos ?, muy posiblemente y seria una buena línea de investigación. El colofón es una de las capillas, de arquitectura mudéjar, o quizás parte de un conjunto de baños, que nos recuerda el sur del Duero, el mismo Tajo en la propia Toledo. La cúpula, los huecos, los paramentos, todo nos recuerda la mejor edilicia de Al-Andalus. Otra de las capillas cercanas, donde se guarda al efigie que mediante un mecanismo armaba caballero al propio rey, presentaba una armadura en el techo soberbia, y sobre todo, con la coloración bastante intacta y unas paredes sin revocar, en este funesto estilo “hostelero” que nos asola desde hace décadas y que no tiene visus de batirse en retirada. Otro día hablaremos de estas paredes desnudas. Las Huelgas nos ha sorprendido por lo homogéneo del monasterio, las reformas sobre los claustros, los suelos de guijarros de apenas medio siglo, los escudos de las abadesas del siglo XIX...todo un conjunto monástico conservado en su posible carácter primigenio.
En definitiva una de las capitales castellanas que ha sabido guardar el paisaje edilicio y quizás lo que es mas importante, la voluntad de los habitantes que hace posible acercarse a una ciudad donde el patrimonio histórico no es un conjunto de manzanas de piedra más o menos conservada, sino que se imbrica en el devenir diario de Burgos.

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