Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

viernes, 22 de junio de 2012

Como caracoles en un espejo

A pesar que ayer se inició el verano, a este lado del espejo aún hace frío. Nos desplazamos lentamente bajo el peso del bagaje que transportamos desde hace décadas. Vamos dejando un rastro de hilitos irisados que escriben lentos pero firmes párrafos que quedan sobre el cristal. A veces cruzamos un rastro y seguimos otros, de los que transportan aún más equipaje que nosotros. Pero al otro lado del espejo dicen que todo es velocidad, diseño, belleza, elegancia… dicen que a ese lado no hay caracoles sino liebres, o quizás sean conejos como el amigo de Alicia.

En suma, que a este lado seguimos escribiendo y seguimos dejando un rastro de hilitos que algunos cruzan y que otros siguen. Los caracoles al parecer somos felices, pero aún somos lentos. Al otro lado, las liebres, componen todos los hilitos, todos los trazos de los párrafos escritos y nos devuelven una imagen del laborioso y callado rastro de los caracoles.

Solo hace algo más de un mes que transitamos en Twitter y aún no hemos dejado muchos hilitos irisados. No sabemos cuando avanzaremos más deprisa. Pero no nos gustaría quedarnos, como decía el castizo, pasando más hambre que un caracol en un espejo…

jueves, 21 de junio de 2012

Historia de un libro I

Cuando vives en el barrio de Argüelles de Madrid te has pasado media vida rodeado de bares y librerías. En mi caso solo un quinto de vida y la verdad sea dicha que las librerías han aguantado mucho mejor que los bares. Desde que a los de la Complu les pusimos el Metro en la puerta (digo pusimos porque participé hace un par de décadas en el proyecto arqueológico preceptivo en Terrazas del Manzanares de Madrid) los bares han caído en picado y ya nadie tira los dobles como Dios manda. Pero el misterio de las librerías es algo que nos da un pábulo de esperanza, quizás no todo esté perdido.

Y el caso es que a través de las redes sociales, del twit que apenas empuño desde hace mes y medio, he tenido ocasión de mantener una agradable conversación con un autor literario (permítanme el anonimato mientras avanzamos en esta historia), con el que creo que comparto cierto resquemor por el mundo editorial actual. Cerca de casa está la librería Naos, donde periódicamente excavo los sedimentos apilados en la mesa dedicada a patrimonio y arquitectura histórica. También perdura la librería escolar de toda la vida, Páez, donde encuentras cualquier texto docente y sobre todo los Australes y los Castalias... tan olvidados hoy. Pero he cometido el error de preguntar en la librería del Gran Almacén, si de ese del triángulo tumbado, tras haber comprado una unidad de disco para contener la riada de GB fotográficos. He preguntado por el libro del autor y tras consultar la base de datos me han contestado con un escueto "no lo tenemos..." quizás con un deje de "cosas mas raras piden ahora..."

Esta visto, que la literatura ya es como un gran centro comercial de esos de los que me ufano en no pisar y que todos tienen las mismas tiendas casi en el mismo orden, tanto estés en la Coruña, como en Cádiz y que si no estás en una franquicia no existes. Pero aún hay esperanza para un servidor que, modestamente, ha repetido el acto de comprar un libro varias miles de veces durante los últimos treinta y cinco años. En otra librería cercana, dedicada al outlet librero, suerte de librería de viejo moderna, lo han localizado y han pronunciado la escueta frase mágica de "¿ lo pedimos ? ". La semana que viene tendré un mensaje en mi teléfono con la buena noticia. (Continuara...)

martes, 5 de junio de 2012

El neón de Tío Pepe y los grupos humanos extintos



Fotografía: http://guias-viajar.com/espana/madrid-puerta-sol-cartel-anuncio-publicitario-tio-pepe/

A veces pienso que seguimos siendo una tribu de nómadas. En las frías mañanas de invierno o en los mediodías de los estíos de las estepas castellanas muchos arqueólogos nos afanamos en desentrañar los restos que nos dejaron esos grupos humanos ya extintos. Detectamos las manchas oscuras que dejaron tras su desintegración sus cabañas, sus silos de alimentos, sus aljibes hoy colmatados de fragmentos de cerámicas, hueso, algún clavo en las cronologías más tardías. Entre esas cerámicas fracturadas hace tres o cuatro milenios ya hay decoraciones reconocibles, trazos pergeñados con un buril que mantenían quizás la identidad de cada una de las tribus y que hoy nos permiten "colgar" más adelante o más atrás esas piezas en la larga, larga cuerda de tender que es la cronología de la Prehistoria Reciente.

Por ello, cuando estos días hemos conocido que el cartel de Tío Pepe de la Puerta del Sol seguramente desaparecerá como esas cerámicas abandonadas en el sedimento de una escombrera, he pensado que seguimos siendo nómadas y que quizás ya no tenemos más patria que la ribera de los ríos en las mañanas de invierno o los prados de montaña en las tardes de verano. Y la larga cuerda de tender de los milenios pasados no han servido de nada, porque nos extinguiremos como grupo humano, más pronto que tarde y no volveremos nunca a recoger las cerámicas decoradas del siglo XXI, que hoy son los símbolos creados por la publicidad, la identidad forjada en las últimas centurias.

Los trazos en la cerámica abandonada hace tres milenios eran identidad para aquellos nómadas que nunca volvieron a aquellas riberas. Si hoy destruimos conscientemente nuestros símbolos, estaremos condenándonos paulatinamente a no volver nunca a trazar nuevas identidades. Apagado el neón de Tío Pepe damos otro paso para olvidar quienes hemos sido y caminar hacia la extinción de un grupo humano más, ahora del nuestro y quizás después ya no queden arqueólogos que desvelen que era aquella botella, aquel sombrero, aquella guitarra...

viernes, 1 de junio de 2012

Carta a Jorge Bustos


He rescatado de una de las entradas de http://www.intereconomia.com/blog/los-molinos/pa-que-sea-20120418#comments un comentario que realicé algún tiempo. El tono del resto de comentaristas no era el más apropiado para mi intención y prefiero hoy ampliar lo que escribíamos aquel día, citándome a mi mismo: 
“Una de las primeras responsabilidades que tuve en esta vida fue encargarme de recortar el artículo que Francisco Umbral escribía en la contraportada del diario El País y clavarlo en el corcho que cubría la pared del aula de 3º de BUP del Colegio de Santa María del Pilar de Madrid. Afortunadamente pronto dejé de leer ese periódico, aunque no al Umbral narrador. Con el articulista me reencontré años después cuando ocupó las página de El Mundo. Todo esto ocurría antes que Jorge Bustos naciera y he tenido que esperar más de treinta años para que aquel niño de letras se reconcilie con el papel impreso por la sutileza y el buen escribir de la primera pluma (hoy tecla) del articulismo español.
Sinceramente uno de los mejores momentos del día es cuando abro la Gaceta al revés (haberme criado entre marroquíes algo me ha influido...) y leo el texto de Jorge Bustos al que admiro en el otro yo que nunca fui, trasmutado en esta suerte de recomponer retazos de Prehistoria a base de fragmentos de barro cocido y si hay algo de suerte, alguna punta de flecha, un punzón, dos pesas de telar... Un niño de letras del que solo queda un puñado de folios en un cajón, fechados los últimos hacia 1982. Por eso todos los días vibro con la letra de Bustos y reconozco, con el olfato que da el medio siglo, donde hay madera para muchos años.
Un afectuoso saludo de José Martínez Peñarroya”.
Hoy día un título como el que encabeza esta líneas no augura nada bueno. Quizás nos han acostumbrado a que “Carta a...” signifique “poner a parir a...” cualquiera escudándonos en la ciudadanía, en la democracia, en los derechos humanos.... pero para mi carta a... significa aún contarle a alguien que le aprecio y que le escribo porque significa algo en el reducido espectro de afectos que este mundo contemporáneo nos depara cada día. 
Jorge Bustos sabe que hubo alguien antes de él. Parece una obviedad pero hoy día encontramos muchas personas que parecen originadas en el magma primigenio, en la sopa de proteínas que arroja el mar a la incipiente orilla una mañana de hace cinco mil millones de años, todos como Venus nacida de las aguas, pero con ropa de Zara. Todas estas personas afrentan a la Historia como si antes de ellos no hubiera habido nada. Pero Jorge Bustos conoce a los que fueron, también a Borges, al que le hice una vez una pregunta a inicios de los ochenta en el Paraninfo de la Universidad Central de la calle de San Bernardo, al final de su conferencia sobre la Metáfora.. ¿Que le sugiere Teseo y el Minotauro”. Recuerdo su gesto perdido y también su respuesta ¡Ah si...es interesante el tema...el laberinto... quizás sin darle más importancia. Creo que a partir de ese momento dejé de indagar sobre la epopeya de Creta. El tema estaba ya agotado por Borges y solamente me limité a rematar unas páginas con la metáfora del laberinto y una chica, de las que no quiso besarnos y cuajó en una buen amistad...parafraseando al mismo Bustos hace unos artículos.
Y Bustos también es actividad día a día en su labor de ir al encuentro de la noticia contárnosla con un poco de humor y un poco de “despego”, pero eso si, aferrado a sus valores y sus ideas que lo alejan del “todo vale” imperante. Por eso también apreciamos a Bustos porque no es usual que personas “con criterio” lo expresen abiertamente y lo apliquen al día a día. Aquí somos personas hasta en traje de baño, como decía la teniente Torres en televisión, piloto de combate, citando a su instructor...”Torres hay que ser militar hasta en traje de baño”. Pues bien Bustos y modestamente el que ahora teclea queremos ser personas y aplicar nuestro criterio, ideas y valores hasta sin el traje de baño. De Bustos lo compruebo todos los días al abrir la página del diario en el que escribe. Al que suscribe le cuesta Dios y ayuda muchas veces hasta levantarse. Pero comprobar que personas con veinte años menos son como éramos y nos gustaría que se siga siendo, nos da quizás ese pequeño impulso para poner el pie en el suelo cada mañana. 
Gracias Sr. Bustos.