Tres décadas hace que prendió primero la Historia y luego una de sus técnicas "colaterales" la Arqueología. Desde entonces tantos paisajes, tantos lugares y en todos siempre un detalle, que nos deja un jirón de recuerdo. Por ello esta "arqueología colateral" aspira a recuperar retazos de aquellos viajes, estancias, personas, lugares que hemos surcado en pos de la labor cotidiana de la arena entre los dedos, la criba del hueso, de la astilla oxidada que un día clavo fue...

jueves, 20 de septiembre de 2012

Novedad editorial: La Emperatriz de Alfredo Alvar Ezquerra


Acabamos de recibir la noticia de la publicación de un nuevo libro de nuestro presidente del Instituto de Estudios Madrileños, Dr. Alfredo Alvar Ezquerra, bajo el título “La emperatriz. Isabel y Carlos V, amor y gobierno en la corte española del Renacimiento”. Transcribimos literalmente el texto recibido:

“Cuentan que el 1 de mayo de 1539, cuando murió la emperatriz Isabel, con apenas treinta y seis años, no había forma de separar de su cuerpo a su viudo Carlos V, y que este cayó en tal depresión que tuvo que retirarse al monasterio jerónimo de La Sisla. El emperador nunca volvió a casarse, ni superó su muerte.

Pero Isabel no fue solo su amada esposa y madre del futuro rey Felipe II, fue también la gobernadora de España en las largas ausencias de su marido por los reinos de Europa. Gracias a su saber hacer y a su buen tino con las cortes de Castilla y Aragón, o con los más altos dignatarios palatinos, la dinastía de los Austrias se consolidó y España se convirtió en un estado moderno. 

Alfredo Alvar nos descubre (desde el silencio de los documentos originales de archivo, los más inéditos) la vida y las claves de gobierno de esta mujer fascinante, la que más poder ha tenido en España, la única emperatriz.  

Para ello, el autor ha manejado con profusión los epistolarios de la reina, de los embajadores imperiales y de aristócratas, entre otros. Igualmente, ha hecho un barrido en la documentación particular y pública (v. gr. contratos matrimoniales, testamentos, codicilos, cuentas de palacio o cédulas reales firmadas por la Gobernadora) de Isabel que se conservan en Simancas, así como se ha trabajado en archivos municipales de Castilla o Andalucía, entre otros. El libro forma parte de los resultados del proyecto de investigación del Plan Nacional de I+D+i “La escritura del recuerdo en primera persona: diarios, memorias y correspondencias de reyes, embajadores y cronistas (siglos XVI-XVII)”, cuyo nro. de ref. es HAR2011-30251.“

Ha sido publicado en Madrid, por La Esfera de los Libros, con fecha de 11/09/2012 y constando de 480 páginas. ISBN: 978-84-9970-276-6. Formato: 16x24 Cartoné. Precio: 24.90 € 



martes, 11 de septiembre de 2012

Isabel

El hacer de la Historia cotidiana compañera de viaje no nos deja ver ni siquiera una película con tranquilidad, apenas esta recree una época anterior a la nuestra. Y no hay paz en el espectador que se revuelve intranquilo en su butaca cada vez que aparece un mueble, una estancia, una vajilla en una mesa... que desde lejos presentan una cronología siglo y medio como poco anterior o posterior al momento histórico que se quiere recrear.  Además hemos de tapamos los oídos ante textos escritos realmente por analfabetos funcionales. Y no es que seamos mas o menos exigentes y comprendemos que la ficción tiene sus licencias, sino que nos revienta que si existe un conocimiento histórico bastante aceptable de las épocas representadas, porque los equipos cinematográficos se empeñan literalmente en estafar a sus futuros espectadores. 

Hace unos meses no fuimos capaces de resistir la serie televisiva Toledo. Por ello no escribimos nada en esta bitácora y apenas unos párrafos al correo electrónico de la productora, que por cierto nunca tuvo respuesta. Sin entrar en detalles del guión y las formas de expresión de los castellanos medievales, las recreaciones del exterior de los alcázares y sus estancias parecían extraídos literalmente de las mil y una noches, por no mencionar los ajuares domésticos, el vestuario, etc... que rayaban literalmente, y como hemos mencionado, en la estafa, máxime cuando en un par de décadas hemos acumulado muchísimo conocimiento de la Arqueología de esas épocas.

Pero Isabel, la serie que estrenó anoche TVE es un oasis que esperamos tenga larga vida o al menos secuelas en otras series de la misma época. Es inevitable acudir a la "compra" en el mercado digital y enterarse que su guionista - Juan Olivares - es historiador del Arte y la verdad eso se nota al menos en lo preciso del texto, actualizado al lenguaje de hoy, pero sin perder el pulso de un castellano (nunca mejor dicho entonces) precioso. Quizás son inevitables giros actuales como "por favor", pero en líneas generales el guión es impecable y "profundo" es decir, sube el listón de lo que estamos acostumbrados a ver y ya está bien de igualarnos todos por abajo y tener que tragarnos productos infames como el que creemos ya extinto Toledo.

Sin embargo aún hay detalles que pulir, y dicho esto sin ánimo de crítica acerada, sino de la realidad de los equipos de producción, donde seguramente asesoran historiadores, muy capaces en los textos, pero desconocedores en absoluto de la arqueología, tanto de la arquitectura, como de la material, de épocas que poco a poco se nos desvelan en nuestros trabajos diarios. Así la presencia de vajillas de cerámica en una mesa regia, anterior a la época de Felipe II, es bastante chocante, máxima cuando los platos además son una mala imitación de las talaveras del XVII. Y la cuestión del vino, tan presente en las mesas y que habría que precisar que tipo de viñas se cultivaban en la Castilla de la época... ¿ Por qué siempre es tinto el vino de las películas históricas ?

Isabel es una serie de altura internacional que sienta un antes y un después en la producción cinematográfica española. Si además estas series tuvieran un poco de Arqueología Moderna y Contemporánea, pulirían esos detalles disonantes, porque también hay equipos de este lado de la pantalla que sabríamos vestir una mesa con reproducciones del material que estamos habituados a recuperar en nuestra actividad diaria.

martes, 28 de agosto de 2012

La catedral de Burgo de Osma




Hemos vuelto a Burgo de Osma. Ahora el nombre oficial es mucho mas largo e incluye el artículo que le confiere un cierto toque de localismo, que no siempre es bien apreciado fuera de las estepas castellanas. Hace décadas, cuando residían aquí parte de la familia de uno de nosotros, las fotografías de la calle Mayor parecían tomadas hace siglos. Hoy día tampoco ha cambiado tanto, prácticamente el pavimento y la cartelería hostelera que se ha prodigado en los últimos tiempos. Pero hoy no vamos a extendernos sobre la villa, que por cierto ha sabido conjugar a la perfección desarrollo y conservación/promoción de su patrimonio arquitectónico y monumental, sino de uno de sus lugares más emblemáticos, cual el la Santa Iglesia Concatedral. Y el núcleo central de este texto es un prodigioso libro que hemos tenido ocasión de leer recientemente. 

Este libro no nos dejó indiferentes, como los escritos con anterioridad sobre la catedral, que aunque encomiables como guías de visita en formatos apropiados hace unas décadas y que aún pueden acompañarnos un distraído paseo entre naves, crucero, girola y claustro. Pero “La catedral Medieval de El Burgo de Osma, construcción, estilo e influencias” agrada en primer lugar por estar prologado por el hijo del autor, catedrático de Historia y por la profesión de D. Pedro de Pablo Aparicio, médico forense natural de la villa y que dedicó parte de su vida a diseccionar la catedral con el bisturí de la cinta métrica y el bloc de notas. Construye así uno de los primeros textos redactados, que no publicado en su momento, sobre Arqueología de la Arquitectura, aunque sin referencias explícitas a la esta disciplina, sino partiendo de la limpia mesa de disección que es la fría piedra del monumento y realizando una minuciosa inspección que se alargó durante años. Así nos describe el ritmo de construcción de la catedral, desde las medidas de sillares, columnas y demás elementos que conforman el esqueleto y los mimbres del edifico que se trenzan en varias épocas, hasta los restos de arquerias y de la sala capitular, posiblemente de un edificio anterior no catedralicio, a las naves, cruceros y capillas construidas según fecha del autor entre el último tercio del siglo XIIe inicios del XIII, rebajando la data del monumento unas tres décadas.

El autor nos describe la pérdida de la torre medieval durante el siglo XVIII cuando se aborda la construcción de la magnífica girola, sacristía, capilla del Venerable y la rotunda torre, quizás la más bella de fábrica española, si no mencionamos los alminares adaptados a nuevos templos. D. Pedro no llegó a terminar sus textos y por ello se echa de menos planimetrías más precisas y quizás ahondar en algunos aspectos cuales son las transformaciones en capillas o descripción de algunos elementos. La verdad es que el libro es de lectura amena y ahonda en apartados muy interesantes. cual es el establecer una lista de los obispos de Osma, además de intentar entroncar el obispado medieval, con el que seguramente se fundó en la Uxama altomedieval y visigoda. Además no tiene mejor final que el acerado análisis de las similitudes y analogías entre los estilos de Silos y la sala capitular de Osma concluyendo posiblemente en la primacía en el tiempo de nuestra catedral y digo nuestra porque tras varios viajes a Burgo de Osma la catedral ya que es un poco nuestra, en especial por su soberbia fábrica dieciochesca a partir de las trazas de nuestros queridos Villanueva y Sabatini, de los que tuvimos ocasión de excavar las extintas estructuras en el entorno de la Plaza de Oriente de Madrid. 

Burgo de Osma es la tercera catedral que sometemos al “ojo del viajero” y que hemos visitado con especial atención a su división entre áreas dedicadas al culto y a la visita turística. Aunque esta división no es nueva pues hace cerca de cuarenta años Sevilla ya presentaba una valla nada más entrar por la puerta que se halla junto a la Giralda. Y como dice la canción, “Sevilla tuvo que ser..”. Pero Burgo de Osma por el momento es una de las mejor adecuadas a esta separación. El tercio de las naves laterales, desde la mitad del coro hacia los pies también tienen su valla, que se abre cuando se inicia la visita del claustro, siendo el tránsito de acceso libre pudiendo completar el recorrido completo de la catedral sin abonar entrada alguna. No deben olvidar las autoridades eclesiásticas que muchos de los turistas también somos católicos y que por el momento rezar es gratis, ya que da la impresión que se intenta aislar a los fieles en un reducido espacio, consagrando el resto al otro dios de nuestro tiempo, el dinero. En ello nos remitimos a otro de las entradas de este mismo blog dedicada al mal efecto que nos causó la catedral de Toledo. Pero esto aún no pasa en esta catedral, donde quizás si se eche en falta una tienda mejor organizada y con una mayor abundancia de textos. En esto la tienda de Burgos es paradigmática, completa y muy actualizada.

El Museo Catedralicio es muy correcto y con algunas piezas notables y procede de la exposición de Las Edades del Hombre, que tuvimos ocasión de visitar en su momento, junto a la concatedral de Soria y a las ermitas recién restauradas de San Esteban de Gormaz y San Baudelio de Berlanga, conjunto indispensable para quien quiera conocer de primera mano la pintura religiosa medieval en estas latitudes. Por otra parte concluimos con algún comentario sobre el interior del templo, limpio y espléndido con los contrastes y las notas de “color” del sepulcro de San Pedro de Osma en la inusual situación a mediana altura en el extremo de uno de los brazos del crucero o la reformada cúpula de la capilla de Santiago tras los desastres del derrumbe de la torre medieval. También es notable el retablo del altar mayor.

En definitiva una de las catedrales más atrayentes de la Meseta Norte, tanto por sus restos románicos, por su magnífica fábrica gótica y por su soberbia coda en forma de torre, girola, capilla y sacristía barrocas.

sábado, 11 de agosto de 2012

De Casa General de la Orden del Carmelo a hospedería cuestionada…


Hace un par de días, coincidiendo con el punto álgido de las temperaturas de este verano, viajaba de Guadalajara a Puebla de Almenara (Cuenca). Tras ascender y cruzar los páramos de la Alcarria, la aguja del indicador de temperatura de nuestro vehículo de trabajo se puso al rojo, quizás también por el peso de los fragmentos cerámicos recién recuperados en la actuación arqueológica que realizamos. Nada más pasar Pastrana advertimos en un alto el imponente conjunto de un conjunto monástico y un par de indicaciones “Hospedería Real de Pastrana”. La perspectiva del descanso para vehículo y conductor nos hizo tomar la desviación  a la derecha y ascender un par de kilómetros hasta la entrada. Apenas dos coches aparcados y un solo lugar a la sombra, suficiente para aparcar y tomar nuestra cámara fotográfica.

El amplio compás o espacio que precede  a las iglesias conventuales se había trazado al norte del enorme edificio conventual. La el extremo suroeste de la fachada del templo, sin duda carmelitano por la disposición de huecos y espadaña, se adosaba al noreste del convento en el que había una sola puerta cerrada y un pequeño cartel de una compañía de alarmas. Tras unas cuantas fotografías llegué hasta la iglesia. Me acordé de los cuarenta grados cabales en el germánico termómetro de la furgoneta y la idea del café con hielo me espoleó a acercarme al lateral de la fachada en el que se apreciaba una hornacina con una carta de restaurante y la puerta, al fin ¡!, del mismo. El calor se hizo insoportable en mis sienes al leer el escueto papel tras el cristal de la puerta: Cerrado por reformas…

Solamente otros dos carteles nos llamaron la atención en la fachada de la iglesia. En uno se anunciaba Museos Franciscanos Teresiano de Ciencias Naturales y en otro una somera y bastante mal redactada reseña del edificio, donde se explicaba como había sido Casa General de la Orden Carmelita y posteriormente convento franciscano, tras el hiatus de la desamortización decimonónica. Terminé el carrete digital - aunque parezca mentira seguimos haciendo unas cuarenta fotografías de los edificios que nos interesan, el antiguo carrete de 36 – y seguí viaje al sur.  Por la noche acudía la oráculo googleiano para saber algo más de la Hospedería Real de Pastrana.  No hizo falta leer completas las reseñas de los sufridos viajeros que si habían encontrado abierto el establecimiento…

Y en este punto la reflexión  que se deriva de la anécdota del frustado café con hielo. Nos vanagloriamos de nuestro sector turístico y hotelero, de la cantidad y calidad de los establecimientos, de la abundancia y magnificiencia de nuestros monumentos histórico-artísticos… Debe ser que siempre voy al sitio equivocado. No creo que las Órdenes conventuales y los arquitectos del Siglo de Oro promovieran y trazaran algunos de los conjuntos edilicios más importantes de Europa para que quedaran de almoneda de muebles viejos trasmutados en hoteles de mala cocina y peor talante de sus responsables y empleados.

En los momentos que vivimos es hora también de poner orden en el “todo vale” sobre los edificios que constituyen nuestro Patrimonio Arquitectónico. El reventar los enlucidos y los seculares revocos (Cuartel del Conde Duque de Madrid), solar de hormigón los últimos restos de jardines históricos (Parador del Castillo de Oropesa, Toledo), desventrar tabiques, forjados y bajocubiertas (Colegio de Gramáticos de Cuerva…) por citar solo tres ejemplos de los muchos que podríamos traer a estas líneas, debe meditarse con cautela antes de ejecutarse. Y por supuesto abandonar muchos proyectos de convertir nuestro rico patrimonio edilicio en un cubil de hoteleros y empresarios sin escrúpulos que han vivido al socaire de la subvención y la impunidad ofrecida por entidades financieras y administraciones autonómicas y locales.

lunes, 6 de agosto de 2012

Treinta de Trescientos


Dicho así, un diez por ciento no es mucho, pero cuando son años y además parte de los propios, la mirada atrás casi nos da vértigo. Los trescientos son más, son todos los años que han pasado desde que se fundara la Biblioteca Nacional española, en los corredores de la Casa del Tesoro, al oriente del Alcázar de Madrid.

El lector habrá entendido que quien esto escribe lleva treinta años visitando regularmente la Biblioteca Nacional. Al principio y aún antes de abandonar el Colegio de Santa María del Pilar, obtuvimos nuestro primer carnet, el de la Biblioteca Circulante, que a la sazón oficiaba como madre de todas las bibliotecas municipales. Mas tarde, cuando iniciamos primero de Geografía e Historia, accedimos primero a la Sala Universitaria, donde además de las futuras colegas que estudiaban con amplio despliegue de papel y bolígrafos, se alineaban los libros manuales de cada una de la carreras que entonces se impartían. Pero el verdadero Santa Sanctorum era la sala de los ficheros que ocupaba toda la planta baja y donde - no exagero- había centenares de archivadores de madera que contenía cada uno centenares de fichas. Y allí se iniciaba la andadura de cualquier estudio, trabajo o investigación de debíamos emprender. Durante tardes enteras del catálogo de temas nos remitíamos al catálogo de autores y al final desembocábamos en el mostrador de peticiones con un mazo de fichas de color rosa cumplimentadas - las mismas que básicamente se siguen usando. Los diligentes funcionarios ponían en nuestras manos - como máximo de tres en tres - los libros que habíamos indagado horas antes. Una vez adjudicado pupitre en el Salón General, nos transportábamos a siglo y medio antes, prácticamente intacto desde la inauguración del edificio que se halla sobre el solar del antiguo convento de los Agustinos Recoletos.

En este tiempo la revolución digital, de la que aún no tenemos la suficiente perspectiva para valorar como ha supuesto cambios tan notables como fue el Neolítico o el desarrollo de la tracción mecánica aplicada al transporte, ha hecho desaparecer los ficheros y ahora accedemos a los varios millones de documentos que atesora desde el mismo teclado con el que componemos estas páginas. Un salto de tres siglos en tres décadas en una institución que vertebra una parte muy importante de España, de su lengua y su cultura, desde el original de Mio Cid al número de hoy de cualquier periódico diario, que quedará para siempre entre los centenares de kilómetros de anaqueles.

Podríamos escribir horas y horas sobre los días pasados entre los muros de la docta institución. De la primera cafetería con aquellos botellines de Cruzcampo tan baratos, de cuando se incorporaron los fondos de la Hemeroteca Nacional, de la época en la que se tuvo conciencia de robos de fondos y la Guardia Civil patrullaba en parejas por la Sala General y el cañón de los subfusiles quedaba a la altura de la cabeza de los lectores.. A mediados del mes de junio me llamó la atención el número elevado de pupitres vacantes, con lo cómodos que son ahora. Pensé que quizás había terminado el curso universitario, que los fondos digitales cada día son más abundantes, que quizás ya no hay tantas becas como antes y se nos priva del crisol de razas y nacionalidades que siempre han sido los pasillos de la Casa, incluso antes que el crisol fueran las calles de nuestra ciudad... Pero me preocupa que se lea mucho menos los fondos del XIX, del XX y que solo se atienda a los en muchas ocasiones chabacanos esquemas y refritos que pueblan la Red. Y esto sería el principio del fin de los libros, no del impreso en papel, sino de la misma idea de libros, cuando pensemos que ya todo está escrito. El principio de nuestro fin.

martes, 10 de julio de 2012

El día que murió Camarón



Nunca conectábamos la radio de los vehículos mientras trabajábamos. En las tardes de gabinete, mientras pasábamos los inventarios de materiales nos acompañaba algún radiocasete, pero jamás en el trabajo de campo. Quizás nunca lo vimos en nuestras primeras excavaciones arqueológicas, cuando ningún coche subía hasta donde estaban los “cortes”. Pero ese día no pudimos resistir la noticia que habíamos oído cuando volvíamos del bocadillo de media mañana y acercamos el Citroën AX casi hasta la terrera y abrimos las puertas. Había muerto Camarón. Estábamos en Orippo y hace ahora veinte años dirigíamos la segunda de las campañas de excavación arqueológica destinadas a evaluar los restos de la ciudad sobre la que se había trazado, hacía una década, un polígono industrial. Como estructura señera, que centraba la parcela a la que se reducía el área no urbanizable, quedaba “la Torre de los Herberos” atalaya medieval en su mitad partida, como el olmo de Machado. Con la del 93 fueron tres las campañas en Orippo, una de las colonias de la Bética, heredera del Bronce Final Tartésico, el "BeFeTén" de nuestras coloquiales conversaciones entre colegas. Otro mundo en primavera y naturalmente pasamos por todo, o mejor dijo todo pasó por nosotros La Expo, La Feria, La Madrugá y la Blanca Paloma, ya cerca del verano, en un oleaje de camisas blancas, cuero en los botos y fulgor de latón oscuro en el pecho...y entre medias, Sevilla y la Marisma, extremo y abrazo del Lacus Licustinus, con la barca de Coria de frontera entre ambos paisajes.
Los yacimientos arqueológicos dejan un poso en la memoria que es difícil describir con simples palabras. Casi siempre son retazos, jirones de recuerdo que nos permiten a veces identificar el olor del metano en un pozo urbano, el color áspero y amarillento de los productos de las paleoalfarerías béticas, el tacto de la ceniza trimilenaria, un cúmulo de sensaciones que nos acompañarán el resto de nuestros días. Orippo fue nuestro segundo proyecto de hispanorromanos en la Bética, tras Almedinilla y anterior a Gonzalo de Ayora  7 en la ciudad de Córdoba. Más tarde una campaña de tres meses en “Pared de los Moros” en Niharra (Ávila) para completar el casi par de años de campo y romanos a las espaldas. He leído desde entonces muy poco sobre Orippo. Alguna actuación que se realizó posteriormente con motivo de carreteras de circunvalación, fuera del límite de la ciudad y prospecciones sobre las benditas lomas que se enseñoreaban en la margen izquierda del Guadaira. Quizás no se ha publicado más y a la hora de escribir estas líneas he desistido de colocar la palabra “Orippo” en el consabido dedo googleliano que todo lo escruta. La última vez que volví por allí debió de ser hace casi quince años, quizás en primavera, pues recuerdo que volvía de Algeciras y fotografíe la Torre de los Herberos rodeada de un verdor inusitado. Habían crecido las naves industriales y me tomé un par de vinos en la Venta del Naranjito, en el caserío – ya término de Coria – que se extiende al sudeste de la ciudad hispanorromana. Quizás desempolve la carpeta que guarda los dibujos a rotring y las fotografías pegadas sobre cartulinas de la necrópolis que excavamos entonces y que fue una de la víctimas de la debacle del noventa y tres, cuando como ahora se esfumaron algunas de las primeras empresas de patrimonio histórico. La necrópolis nororiental de Orippo, uno de sus hornos cerámicos, así como los restos de una villa al norte de la Torre de los Herberos quedaron inéditas tras la desaparición de Arqueoconsult.
Pero aquel día de julio del 92 acababa de morir Camarón y las puertas abiertas del coche de color negro evocaba a un vencejo despanzurrado desde el nido. Las oleadas de condolencias se sucedían desde las distintas emisoras que emitían la terrible, aunque esperada, noticia. En la guantera llevábamos la cinta de Potro de rabia y miel, el último disco en vida, que había grabado con la Filarmónica de Londres. Acabo de leer en el Telva un magnífico texto de Casilda S. Varela sobre Camarón. Desgrana en unas cuantas páginas la vida y la muerte del cantaor de la Isla. Nunca fui a una de sus veladas que se espaciaban de noche en noche en aquel Madrid de los ochenta. Yo había sido devoto del rock de Triana, exquisito, profundo, después de Alameda, evocador y algo sensiblero,  y bastante menos del combativo y duro Medina Azahara. En aquel tiempo no tenía idea de Smash, precursores donde los halla, pero si que ya me deleitaba con Paco de Lucía, Dios en la Tierra, y con los diversos caminos que el flamenco tomaba en la época, de las Grecas a los Chichos y Chunguitos. Y seguía comprando cintas en las gasolineras, verdadero pulso de los éxitos del cante del momento, Porrinas de Badajoz, Paco Toronjo de Huelva, Naranjito de Triana, el incombustible Pali y sus sevillanas rocieras… Pero, a pesar de las pretendidas secuelas, Cigala, de las fusiones siempre empobrecedoras, Pitingo, de las promesas ya consagradas, Poveda, siempre volvemos a Camarón, como al Borges que cada día escribe mejor, al Bosco pintor de Flandes, a Villanueva arquitecto del rey, a Machado poeta de Castilla…
Se han cumplido veinte años de la muerte de Camarón. No nos imaginamos donde hubiera llegado o quizás si, a espaciar sus veladas de cante, a darnos un disco cada lustro, a querer y a quererse con los suyos. Despacio y dueño del tiempo, como siempre quiso ser.

martes, 3 de julio de 2012

Historia de un libro (y II)



Me mandaron un mensaje de la librería. Habían recibido el libro y tras adquirirlo mandé a su vez un mensaje al autor. Le había conocido en Twitter, donde hace algo más de un mes que transito. El autor había sido “retuiteado” por alguien de los que sigo su actividad en la Red. Ms sorprendió quizás que fuera el propio escritor, que se “colaba” en el grupo de periodistas, museógrafos, arqueólogos y arquitectos que componen básicamente el espectro de oficios por los que me intereso en la Red. Había publicado su primera novela y no quise leer mucho de los textos sobre la obra. Lo único que leí es que partía la narración de un crimen y aún así , como le dije al propio autor, dejaría en vía muerta al resto de lecturas, para que avanzara su relato, como un tren de vapor…
Quizás sea un poco radical, pero no leo autor más moderno que Delibes. Fui un jovenzuelo que pasaba las clases del colegio escribiendo relatos, como creo que he escrito en esta tribuna en alguna ocasión. Hubiera querido que mi futuro profesional fuera la literatura, pero una vez avanzado un par de cursos en Geografía e Historia, terminé por rematar unos cuantos cuentos dedicados a unas cuantas amigas, pasados a limpio en la Underwood del abuelo Santiago. Algunas leyeron los relatos, otras no y la carpeta hoy ocupa el último lugar en el cajón de lo que escribo. Porque escribir, escribo, aunque de otros temas como pueden comprobar en esta bitácora.
No me seduce la literatura actual. Entre los escandinavos tan publicitados (porque invitar a cenar a Ibsen cuando tienes a Galdós de vecino…), los italianos que convierten tu salón en una morgue (que leen tanto en mi familia y que tanto me cuesta ordenar los desmesurados volúmenes…) y los españoles, que entre falsa novela histórica, falsos misterios y realidad social que me interesa poco, no hago un hueco para leer nada actual. Hay excepciones, como la novela de un compañero de facultad, medievalista, que ambienta el relato en el siglo XVI y que realmente me gustó. Cuando acudí a comprar su siguiente novela, el escandaloso tamaño de la letra me pareció simplemente una estafa de la editorial. Y dejé el libro donde estaba.
Pero “Las Flores de Baudelaire” al menos tiene un título inteligente y está ambientada en el Bilbao de inicios del siglo XX. Aunque hay un crimen y un investigador del crimen, aspectos que sinceramente a mi no me atraen mucho. En la literatura de mediados del siglo XX no se escenificaban muchos crímenes, excepto en la Familia de Pascual Duarte. No vamos a realizar una profunda crítica de la novela, no tenemos oficio para ello y quizás sonara pretencioso en alguien de letras que lee otras literaturas.. pero si hemos de destacar una serie de rasgos que nos han encantado en esta lectura. Uno de ellos es la tela que se extiende sobre el mostrador con la trama de los hilos del paisaje de la ciudad, con la urdimbre de los hilos del paisanaje de la ciudad. La tela está magistralmente tejida y quizás ni sobre falta nada . Y ello quizás no es usual y parece por un momento que estamos leyendo algún clásico, leyendo un texto que ha envejecido bien, aunque no llegue al año publicado… Ya sabemos que los únicos textos que permanecen son los que envejecen bien.
Otro de los aspectos que nos ha interesado y que tomamos nota para intentar sintetizar (que difícil para los que nos perdemos en palabras y palabras...) es la estructura de las "escenas" que sin saltos demasiado bruscos nos hace caminar por las calles, los despachos, las viviendas, la orilla de la Ría. Otro de los aspectos es el rigor intelectual con el que se trata el lenguaje de la época. Estamos bastante cansados del lenguaje audiovisual patrio en el que, valga un ejemplo reciente de la serie Toledo, un infante medieval le dice a su sirviente "tu mismo..." Ni una palabra es disonante ni hay un neologismo fuera de lugar. Impecable. Y por último el panorama internacional que se describe y las relaciones de los personajes con ese panorama de la I Guerra Mundial también es perfectamente creible, e incluso para alguien como yo que en cuanto se menta la Historia en un relato, me pongo el cuchillo entre los dientes. 
En suma, quizás sin las redes sociales me hubiera perdido disfrutar durante un par de días de "Las flores del Baudelaire".  Un par de días con el libro entre las manos y todo lo que me reste de intelecto para considerar el relato y si el tiempo no lo impide, a su autor, como amigos.

viernes, 22 de junio de 2012

Como caracoles en un espejo

A pesar que ayer se inició el verano, a este lado del espejo aún hace frío. Nos desplazamos lentamente bajo el peso del bagaje que transportamos desde hace décadas. Vamos dejando un rastro de hilitos irisados que escriben lentos pero firmes párrafos que quedan sobre el cristal. A veces cruzamos un rastro y seguimos otros, de los que transportan aún más equipaje que nosotros. Pero al otro lado del espejo dicen que todo es velocidad, diseño, belleza, elegancia… dicen que a ese lado no hay caracoles sino liebres, o quizás sean conejos como el amigo de Alicia.

En suma, que a este lado seguimos escribiendo y seguimos dejando un rastro de hilitos que algunos cruzan y que otros siguen. Los caracoles al parecer somos felices, pero aún somos lentos. Al otro lado, las liebres, componen todos los hilitos, todos los trazos de los párrafos escritos y nos devuelven una imagen del laborioso y callado rastro de los caracoles.

Solo hace algo más de un mes que transitamos en Twitter y aún no hemos dejado muchos hilitos irisados. No sabemos cuando avanzaremos más deprisa. Pero no nos gustaría quedarnos, como decía el castizo, pasando más hambre que un caracol en un espejo…

jueves, 21 de junio de 2012

Historia de un libro I

Cuando vives en el barrio de Argüelles de Madrid te has pasado media vida rodeado de bares y librerías. En mi caso solo un quinto de vida y la verdad sea dicha que las librerías han aguantado mucho mejor que los bares. Desde que a los de la Complu les pusimos el Metro en la puerta (digo pusimos porque participé hace un par de décadas en el proyecto arqueológico preceptivo en Terrazas del Manzanares de Madrid) los bares han caído en picado y ya nadie tira los dobles como Dios manda. Pero el misterio de las librerías es algo que nos da un pábulo de esperanza, quizás no todo esté perdido.

Y el caso es que a través de las redes sociales, del twit que apenas empuño desde hace mes y medio, he tenido ocasión de mantener una agradable conversación con un autor literario (permítanme el anonimato mientras avanzamos en esta historia), con el que creo que comparto cierto resquemor por el mundo editorial actual. Cerca de casa está la librería Naos, donde periódicamente excavo los sedimentos apilados en la mesa dedicada a patrimonio y arquitectura histórica. También perdura la librería escolar de toda la vida, Páez, donde encuentras cualquier texto docente y sobre todo los Australes y los Castalias... tan olvidados hoy. Pero he cometido el error de preguntar en la librería del Gran Almacén, si de ese del triángulo tumbado, tras haber comprado una unidad de disco para contener la riada de GB fotográficos. He preguntado por el libro del autor y tras consultar la base de datos me han contestado con un escueto "no lo tenemos..." quizás con un deje de "cosas mas raras piden ahora..."

Esta visto, que la literatura ya es como un gran centro comercial de esos de los que me ufano en no pisar y que todos tienen las mismas tiendas casi en el mismo orden, tanto estés en la Coruña, como en Cádiz y que si no estás en una franquicia no existes. Pero aún hay esperanza para un servidor que, modestamente, ha repetido el acto de comprar un libro varias miles de veces durante los últimos treinta y cinco años. En otra librería cercana, dedicada al outlet librero, suerte de librería de viejo moderna, lo han localizado y han pronunciado la escueta frase mágica de "¿ lo pedimos ? ". La semana que viene tendré un mensaje en mi teléfono con la buena noticia. (Continuara...)

martes, 5 de junio de 2012

El neón de Tío Pepe y los grupos humanos extintos



Fotografía: http://guias-viajar.com/espana/madrid-puerta-sol-cartel-anuncio-publicitario-tio-pepe/

A veces pienso que seguimos siendo una tribu de nómadas. En las frías mañanas de invierno o en los mediodías de los estíos de las estepas castellanas muchos arqueólogos nos afanamos en desentrañar los restos que nos dejaron esos grupos humanos ya extintos. Detectamos las manchas oscuras que dejaron tras su desintegración sus cabañas, sus silos de alimentos, sus aljibes hoy colmatados de fragmentos de cerámicas, hueso, algún clavo en las cronologías más tardías. Entre esas cerámicas fracturadas hace tres o cuatro milenios ya hay decoraciones reconocibles, trazos pergeñados con un buril que mantenían quizás la identidad de cada una de las tribus y que hoy nos permiten "colgar" más adelante o más atrás esas piezas en la larga, larga cuerda de tender que es la cronología de la Prehistoria Reciente.

Por ello, cuando estos días hemos conocido que el cartel de Tío Pepe de la Puerta del Sol seguramente desaparecerá como esas cerámicas abandonadas en el sedimento de una escombrera, he pensado que seguimos siendo nómadas y que quizás ya no tenemos más patria que la ribera de los ríos en las mañanas de invierno o los prados de montaña en las tardes de verano. Y la larga cuerda de tender de los milenios pasados no han servido de nada, porque nos extinguiremos como grupo humano, más pronto que tarde y no volveremos nunca a recoger las cerámicas decoradas del siglo XXI, que hoy son los símbolos creados por la publicidad, la identidad forjada en las últimas centurias.

Los trazos en la cerámica abandonada hace tres milenios eran identidad para aquellos nómadas que nunca volvieron a aquellas riberas. Si hoy destruimos conscientemente nuestros símbolos, estaremos condenándonos paulatinamente a no volver nunca a trazar nuevas identidades. Apagado el neón de Tío Pepe damos otro paso para olvidar quienes hemos sido y caminar hacia la extinción de un grupo humano más, ahora del nuestro y quizás después ya no queden arqueólogos que desvelen que era aquella botella, aquel sombrero, aquella guitarra...

viernes, 1 de junio de 2012

Carta a Jorge Bustos


He rescatado de una de las entradas de http://www.intereconomia.com/blog/los-molinos/pa-que-sea-20120418#comments un comentario que realicé algún tiempo. El tono del resto de comentaristas no era el más apropiado para mi intención y prefiero hoy ampliar lo que escribíamos aquel día, citándome a mi mismo: 
“Una de las primeras responsabilidades que tuve en esta vida fue encargarme de recortar el artículo que Francisco Umbral escribía en la contraportada del diario El País y clavarlo en el corcho que cubría la pared del aula de 3º de BUP del Colegio de Santa María del Pilar de Madrid. Afortunadamente pronto dejé de leer ese periódico, aunque no al Umbral narrador. Con el articulista me reencontré años después cuando ocupó las página de El Mundo. Todo esto ocurría antes que Jorge Bustos naciera y he tenido que esperar más de treinta años para que aquel niño de letras se reconcilie con el papel impreso por la sutileza y el buen escribir de la primera pluma (hoy tecla) del articulismo español.
Sinceramente uno de los mejores momentos del día es cuando abro la Gaceta al revés (haberme criado entre marroquíes algo me ha influido...) y leo el texto de Jorge Bustos al que admiro en el otro yo que nunca fui, trasmutado en esta suerte de recomponer retazos de Prehistoria a base de fragmentos de barro cocido y si hay algo de suerte, alguna punta de flecha, un punzón, dos pesas de telar... Un niño de letras del que solo queda un puñado de folios en un cajón, fechados los últimos hacia 1982. Por eso todos los días vibro con la letra de Bustos y reconozco, con el olfato que da el medio siglo, donde hay madera para muchos años.
Un afectuoso saludo de José Martínez Peñarroya”.
Hoy día un título como el que encabeza esta líneas no augura nada bueno. Quizás nos han acostumbrado a que “Carta a...” signifique “poner a parir a...” cualquiera escudándonos en la ciudadanía, en la democracia, en los derechos humanos.... pero para mi carta a... significa aún contarle a alguien que le aprecio y que le escribo porque significa algo en el reducido espectro de afectos que este mundo contemporáneo nos depara cada día. 
Jorge Bustos sabe que hubo alguien antes de él. Parece una obviedad pero hoy día encontramos muchas personas que parecen originadas en el magma primigenio, en la sopa de proteínas que arroja el mar a la incipiente orilla una mañana de hace cinco mil millones de años, todos como Venus nacida de las aguas, pero con ropa de Zara. Todas estas personas afrentan a la Historia como si antes de ellos no hubiera habido nada. Pero Jorge Bustos conoce a los que fueron, también a Borges, al que le hice una vez una pregunta a inicios de los ochenta en el Paraninfo de la Universidad Central de la calle de San Bernardo, al final de su conferencia sobre la Metáfora.. ¿Que le sugiere Teseo y el Minotauro”. Recuerdo su gesto perdido y también su respuesta ¡Ah si...es interesante el tema...el laberinto... quizás sin darle más importancia. Creo que a partir de ese momento dejé de indagar sobre la epopeya de Creta. El tema estaba ya agotado por Borges y solamente me limité a rematar unas páginas con la metáfora del laberinto y una chica, de las que no quiso besarnos y cuajó en una buen amistad...parafraseando al mismo Bustos hace unos artículos.
Y Bustos también es actividad día a día en su labor de ir al encuentro de la noticia contárnosla con un poco de humor y un poco de “despego”, pero eso si, aferrado a sus valores y sus ideas que lo alejan del “todo vale” imperante. Por eso también apreciamos a Bustos porque no es usual que personas “con criterio” lo expresen abiertamente y lo apliquen al día a día. Aquí somos personas hasta en traje de baño, como decía la teniente Torres en televisión, piloto de combate, citando a su instructor...”Torres hay que ser militar hasta en traje de baño”. Pues bien Bustos y modestamente el que ahora teclea queremos ser personas y aplicar nuestro criterio, ideas y valores hasta sin el traje de baño. De Bustos lo compruebo todos los días al abrir la página del diario en el que escribe. Al que suscribe le cuesta Dios y ayuda muchas veces hasta levantarse. Pero comprobar que personas con veinte años menos son como éramos y nos gustaría que se siga siendo, nos da quizás ese pequeño impulso para poner el pie en el suelo cada mañana. 
Gracias Sr. Bustos.

domingo, 22 de abril de 2012

La motilla de Santa María del Retamar





En uno de los viajes de infancia y adolescencia mis padres me llevaron a Argamasilla de Alba. La prisión de Cervantes, el castillo de Peñarroya, Ruidera… fueron poderoso reclamo para que acudiéramos al encuentro de la historia en aquellos sugestivos paisajes. Mas tarde, en el otoño de 1984 volví a Argamasilla. No había cumplido aún los 23 años y acababa de licenciarme en Prehistoria y Arqueología por la Universidad Autónoma de Madrid. Era mi primer contrato de trabajo, y en cierta manera era la continuación de las prácticas que habíamos realizado desde la primavera de 1981, al integrarnos en un equipo de investigación sobre la Edad del Bronce de la Mancha que era liderado por el Dr. José Sánchez Meseguer y en el que la entonces aún doctoranda Katia Galán Saulnier era el motor y de aquel grupo de personas. 
Pero ahora era distinto. Ya era arqueólogo, el oficio que vino al encuentro de un joven  “de letras”, que le gustaba escribir y que en la recta final del bachillerato había tenido un magnífico profesor de latín y griego, Jose Luís Navarro González. No obstante no le seducía el futuro docente – prácticamente el único posible entonces para las filologías – por lo que siguió a tres amigos que se matricularon en Geografía e Historia. Antes de Navidad habían abandonado los tres, por lo que seguí solo en el aula 103 de la Facultad de Filosofía y Letras, vislumbrando un futuro posiblemente también docente, aunque con la Historia Antigua como objeto de estudio. Pero a mediados del segundo curso tuve conocimiento de unas prácticas de arqueología que se realizaban en lo que llamaban “La Cueva de Estremera”. Conocí al profesor Meseguer en un abarrotado laboratorio, donde los fragmentos cerámicos convivían con unas entonces extrañas máquinas de escribir conectadas a pequeños monitores. Mas tarde supe que eran ordenadores personales, los primeros Aple II, de los que el equipo del profesor Meseguer era pionero en su aplicación al tratamiento de datos procedentes de excavaciones arqueológicas. Desde aquellos días, hace ahora treinta años, hemos crecido de la mano de la Prehistoria y la Arqueología.
Volvamos a la “Motilla de Santa María del Retamar”, que es el nombre del yacimiento arqueológico por el que nos habíamos desplazado a Argamasilla de Alba. La última de las lagunas de Ruidera se embalsa en el pantano de Peñarroya y desde allí el recién nacido río Guadiana fluye por un estrecha vega, en sentido este – oeste. En estas llanuras aparecen una serie de montículos, que no alcanzan los diez metros de altura y que son fácilmente observables desde las alturas del entorno. Son las denominadas “motillas”, ya mencionadas en documentos medievales como hitos de deslinde de términos, y que configuran un paisaje característico. En realidad estos montículos son el resultado de la erosión sobre las ruinas de poblados de las Edades del Bronce y del Hierro, soterrando el contenido de aquellos. Conocidos por los arqueólogos desde hace un siglo, no será hasta la década de los años setenta del siglo XX cuando se inicien investigaciones sistemáticas sobre ellos, siendo la Motilla del Azuer, situada en el término de Daimiel, la más excavada y conocida del aproximadamente centenar de lugares similares conocidos.
Allí, bajo la dirección de Katía Galán y Rosario Colmenarejo, formábamos equipo técnico junto a Elena Sanz del Cerro y asistimos por primera vez al fascinante momento de iniciar la primera campaña de excavaciones sobre un yacimiento arqueológico. Ante nosotros el montículo de unos diez metros de altura y setenta metros de diámetro. El equipo de trabajadores, diez personas procedentes de Argamasilla de Alba que habían sido contratados por el INEM para paliar los meses de inactividad agrícola del invierno, pensaron en un principio que su trabajo consistiría en “allanar” el montículo para facilitar la siembra, o para aumentar las viñas y barbechos que nos circundaban. El Guadiana, tímido y estrecho, discurría al norte de la motilla, separando esta de la carretera Argamasilla – Ruidera, por lo que teníamos que acceder por el camino de servicio del antiguo canal de riego que serpenteaba en la cota de contacto de la llanura con las lomas que se alzaban al sur. Recuero aquel otoño lluvioso y los dos meses que duró nuestro trabajo estuvieron siempre teñidos por el fino barro rojizo de la vega.
Poco a poco se desvelaron una serie de paramentos y muros que emergían bajo la fina capa de tierra vegetal. Comíamos el bocadillo sentados en la fina hierba que cubrió aquel otoño y los dos siguientes, junto a las pequeñas hogueras alimentadas por la leña de las retamas, ubícuas en el montículo de la motilla. Y entre los muros, varias toneladas de fragmentos cerámicos, que identificábamos y describíamos en los días de lluvia, bajo el techo de unas antiguas dependencias municipales. A final de las tres largas campañas de excavación, al filo de las navidades de 1986, la motilla lucía con un reticulado de cuadrículas de excavación digna de los mejores tiempos de Sir Mortimer Wheeler.
Trabajar a las órdenes de Katia Galán fue una de las mejores escuelas que he tenido nunca. De ella aprendimos a llevar el paletín en el bolsillo trasero derecho del pantalón (aunque después lo desplacé al mismo lugar pero trabado con el cinturón, donde aún lo llevo), a encender un cigarro cuando iniciábamos el dibujo de un plano de excavación sobre el papel milimetrado (gesto que abandoné en la etapa cordobesa tras abandonar el hábito de fumador), a recoger hasta el mínimo fragmento de material arqueológico, incluso los de cronologías más cercanas a la nuestra, para poder fechar estrato a estrato cada fase del yacimiento...  En definitiva más de seis meses de trabajo de campo y quizás otro año completo de gabinete en el laboratorio de la Autónoma, donde tuvimos el honor de participar en la redacción de un artículo que apareció en la extinta revista “Oretum” de Ciudad Real, en su último número de 1987.
Ahí quedamos atrapados por los colores de la Mancha, a la que hemos vuelto desde hace una década por razones familiares, pero de la que nunca nos habíamos desprendido del todo, al menos al sesgarla vía N-IV en la otra “década andaluza” que algún día escribiremos. Quizás fueron las últimas campañas “a lo vieja escuela”, epílogo de trabajos como los desarrollados desde el Cerro de la Virgen de Orce, Fuente Álamo, Cerro Macareno hasta Gatas, Zambujal, Morra del Acequión, Motilla del Azuer. Solo en este yacimiento similar en tipo y cronología al que nos ocupa se continuaron los trabajos más allá de los años noventa del siglo XX hasta la actualidad, exponiendo un asentamiento de estas características de forma casi íntegra. Precisamente esos años noventa significaron la consolidación de otro tipo de campañas de excavación arqueológica sistemática, dejando paso en parte a proyectos preventivos en el que nos integramos entonces. Las décadas de los años sesenta a ochenta no han sido aún relatadas en la historia de los principales yacimientos y proyectos de excavación y desde aquí animamos a hacerlo a los protagonistas de ese periodo fundamental para la consolidación de una arqueología prehistórica peninsular, antes que caiga en manos de los habituales de la exégesis arqueológica que tanto se prodigan ahora y que con tanta superioridad y desdén tratan etapas tan decisivas e importantes como esta.

martes, 17 de abril de 2012

La cántara de los Mezquita



Hace una semana logré acceder a la vía de servicio, unos kilómetros antes de Andújar en la N-IV. En un viaje anterior habíamos entrado en el casco urbano y como suele ocurrir en otros muchos nos hallamos sin un solo aparcamiento regulado, excepto una suerte de solar donde se amontonaban los vehículos. Es increíble el dinero derrochado en adornar rotondas (“Redondicas” en Cartagena) en multitud de municipios y que el estacionamiento siga siendo la asignatura pendiente. Naturalmente se prodigan las precarias y carísimas zonas azules reguladas por los Ayuntamientos, pero no las iniciativas privadas de aparcamientos subterráneos o simplemente en el interior de edificios, con varios pisos en altura, como uno que conocemos en el centro de Madrid. El caso es que ni siquiera nos bajamos del vehículo y abandonamos contrariados la urbe. 
Ahora hemos descubierto el alfar de una rama familiar de los Mezquita. La dinastía es legendaria en Andújar, como Tito en Úbeda, Lario en Lorca, Púnter en Teruel...alfareros algunos de varios siglos de tradición. Teníamos un candelero de la familia que habíamos adquirido en una tienda de Toledo, en nuestra colección de candiles y palmatorias cerámicas y ahora hemos adquirido un cántaro de gran tamaño. A decir verdad y según la persona que amablemente nos atendió - cántara - ya que solo tiene un asa. Los cántaros ahora, solamente ornamentales, se han doblegado a la tiranía de la cantarera y por ello han adaptado sus tamaños a las cuatro tablas que conforman su sujección. Por ello algunos cántaros actuales tienen unos tamaños poco representativos de sus primitivas funciones. 
No es este el caso de la cántara de los Mezquita, que tiene el tamaño original y un color “avellana” característico. Ahora luce con otra media docena, Mota del Cuervo, Moveros, Tajueco, Bailen (de mediano tamaño eso sí) y Salvatierra de los Barros junto a la ventana de nuestro local de trabajo. La verdad es que nunca hemos abundado en la colección de cántaros, quizás porque no disponíamos del espacio suficiente para exponerlos, pero no cabe duda que siguen siendo uno de los recipientes cerámicos más bellos y más representativos de una alfarería utilitaria casi extinta. Que lejos de aquella exposición en una galería - tienda de la calle Huertas de Madrid, que en los primeros años de la Transicción reunió decenas y decenas de cántaros procedentes de toda España. Aún conservamos el cartel, apenas un A4 de papel de estraza con multitud de alfares reseñados. Quizás lo enmarque y lo sitúe junto al rebaño de cántaros y cántaras (aquí si que está justificada esta expresión de “género”), donde la cántara de los Mezquita constituye la última adquisición.

domingo, 1 de abril de 2012

A mas de dos décadas del “Arqueólogo de la Carretera...”


El otoño de 1988 fue bastante lluvioso. En un día imposible , en que los olivares entre los que apenas afloraba la villa hispanorromana de El Ruedo, se habían convertido en un barrizal digno del mejor deshielo de las estepas ucranianas, me dirigí a al Museo de Córdoba. Entre la barba, la camisa de franela y el impermeable amarillo, de aquellos que ya no se ven en las obras, no debía pasar inadvertido. Tanto fue así, que D. Alejandro Marcos Pous, historiador de la generación de mediados de siglo XX - levantando la vista de sus fichas de cartulina que escribía en una de las mesas de la biblioteca me preguntó: ¿ Vd. debe ser el arqueólogo de la carretera ?.
He de pedir disculpas por iniciar estas breves páginas con un anécdota propia, pero dado el marco, la pregunta y la fecha del acto, bien podría ser uno de los momentos del inicio de la arqueología profesional en Andalucía, como decíamos entonces o “arqueología preventiva” como deberíamos bautizar nuestra actividad, más de dos décadas después. Efectivamente ha pasado casi un cuarto de siglo desde que algunos arqueólogos, que habíamos iniciado nuestros estudios al inicio de los años ochenta, donde “saltamos el mostrador” y nos situamos al otro lado, entre el polvo y el barro - no solo en las campañas de verano, sido durante todo el año - estación tras estación, cambiando sombreros por capuchas, botas por zapatillas, poniendo y quitando las perneras de aquellos primeros pantalones desmontables de la ya casi extinta “Coronel Tapioca”.
Hoy vivimos en una profunda crisis económica que dura ya cuatro años... mucho más profunda que la que se inició en 1993 y que concluyó apenas dos años después. El modelo productivo que supuso el control del suelo urbanizable por parte de las corporaciones locales está agotado y tenemos ensanches, barrios de nueva creación o simplemente polígonos industriales que son conjuntos de calles asfaltadas y aceras invadidas por la vegetación espontánea en las que solo sobresalen las torrecitas de los contadores del agua que seguramente nunca lleguen a contabilizar ni un metro cúbico de consumo. Miles de yacimientos arqueológicos se han desvelado con ocasión de esta frenética actividad urbanística y ahora es el tiempo de considerar que todos han “tensado demasiado la cuerda”. Sinceramente nunca nos gustó el modelo de promotoras con gerentes cutres y a la larga estafadores que al final te dejaban a deber un par de miles de euros de tu trabajo, cuando habías cumplido con trámites administrativos, redacción de proyecto, trabajo de campo e informes finales. Tampoco el tener que constatar - en contadas ocasiones y solo que nos afectara directamente en Andalucía (1995 - 2000)- la corrupción de los técnicos de la administración de patrimonio arqueológico, que por situar a los deudos académicos o incluso familiares, llegaban a acudir a los despachos de constructoras y promotoras y directamente chantajear a los directores de proyecto con los plazos de permisos y resoluciones administrativas. 
No obstante y hace solo un par de meses tuvimos ocasión de ser víctimas de nuevo de esta práctica en este caso entre la constructora de una gran infraestructura que nos había pedido presupuesto para la corrección del impacto arqueológico de la obra y el Consorcio Ciudad Monumental de Mérida, que al final coloca, seguramente a un precio bastante más elevado a sus “peones especializados” y los arqueólogos con conocimiento del “yacimiento emeritense”, como si un sepulcro hispanorromano fuera muy distinto entre Hispalis, Corduba, Tarraco o Emerita... El caso es que el cambio del gobierno de la Junta de Extremadura aún no ha logrado erradicar el modelo del Consorcio que atenta directamente contra la libertad de profesionales y empresas de Arqueología Preventiva de desarrollar su actividad en la capital extremeña.

El futuro de la actividad es incierto y desde luego flaco favor le han hecho a los profesionales de reciente licenciatura los “empresarios” de la Arqueología, que los contrataban apenas por mil euros y a veces por menos, que nos les pagaban los días de lluvia (menos mal que en la península Ibérica llueve poco), que no solo no los formaban sino que les obligaban a dirigir de facto proyectos en ocasiones bastante complejos, cronológica y estratigráficamente. Esos licenciados hoy día son las principales víctimas del sistema agotado, tras constatar que han pasado una década de obra en obra, casi sin descanso y que en ese tiempo la mayoría de las ocasiones han realizado labores de operario y por los que los empresarios llegaban a facturar hasta cinco veces el suelo que ellos recibían.
Nosotros no hemos dejado “cadáveres” en las cunetas y hoy nos duele como nos llegan CV de profesionales que han pasado casi sistemáticamente por las mismas entidades y que ahora engrosan las abultadas listas de demanda de empleo. Quizás no mantenemos aquella ilusión del “Arqueólogo de la Carretera” pero pensamos seguir adelante con la misma filosofía de “arqueología artesana” conociendo las cronologías de cada yacimiento, explorando y atesorando los conocimientos que se desprenden de la literatura arqueológica más reciente, elogiando a la multitud de colegas que trabajan honrada y pausadamente y dando a conocer las pocas o muchas novedades que nuestro trabajo halla supuesto para la disciplina. El resto ya es historia y espejo de una España que esperemos que nunca vuelva.